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ese maldito yo

Precedentes de la autoayuda

Precedentes de la autoayuda

Me hace mucha gracia este Miguel de Unamuno que comienza un diario para darse argumentos sobre la existencia de un Dios en que no cree.  Él mismo se lo dice en el tercer cuaderno: qué coño es "esto de que me esté aleccionando y predicando a mí mismo", si además nadie pasa por el Eclesiastés en vano (y mucho menos con un hijo enfermo).

Leyendo el Diario íntimo reparo en aquello de que "creer es crear"; porque hace ocho años, cuando lo escuché por boca de Dios --el problema de Unamuno es que no tenía un director de tesis-- a propósito de Carmen Martín Gaite, me pareció el acabóse.  Esta vez, sin embargo, me ha resultado un eco retrospectivo de aquello de que "si lo deseas intensamente, sucede", y se me ha ocurrido que el optimismo de manual que nos ronda es la nueva religión del siglo XXI (curiosamente, explicada bajo la científica luz de la teoría evolutiva).

Yo persevero también en predicarme con el dogma, pero tampoco me sale.   

Habitantes

Habitantes

 

Ah deseo, deseo, niño de perfecta inocencia que oculto en el sótano más oscuro de la casa, como si de un monstruo deforme y vergonzante se tratara.

 

Idiota

Idiota

Para P. encontré La escala de los mapas; para X., Las partículas elementales; para D., Idiota (cámbiense "niña" por "niño" y demás femeninos por masculinos).  Le va como un guante:

Ya está ahí la luna...
¡Qué perra la vida y esta soledad!
No quisiera perderme tu tren
y saber lo que es malgastarte...

Podría coger cualquier autobús con tal de un beso más,
pero tengo pesado el hogar y ya no puedo hacerlo igual...

Puede que mañana me quiera ir...
y puede también, que mañana sea la vida,
y que mañana, no exista mañana...

No soy una niña.
No soy ese duende.
No soy luchadora.
No soy tu camino.
No soy buena amante, ni soy buena esposa.
No soy una flor, ni un trozo de pan.
Sólo soy esa cara de idiota...

Idiota por tener que recordar la última vez que te pedí tu amor...
Idiota por colgar tus besos con un marco rojo,
por si ya no vuelvo a verlos más...
Idiota por perderme por si acaso te marchabas ya,
y tirar tu confianza desde mi cama hasta esa ventana...

No soy una niña.
No soy ese duende.
No soy luchadora.
No soy tu camino.
No soy buena amante, ni soy buena esposa.
No soy una flor, ni un trozo de pan.
Sólo soy esa cara de idiota...

No ves qué fácil ha sido para mí
perderlo todo en un momento,
por mi miedo a perder,
por mi miedo a no controlar tu vuelo...

Nena Daconte

Tanka

 

de aquel desierto 
—cuerpo agostado y áspero—
busca el oasis
mi vocación sedienta, 
mi hondo espejismo fértil


 

Tomo el relevo de Manuel H. y se lo paso a Óscar y a Arponera.

Las reglas del juego son las siguientes (aunque lo de las 31 sílabas y su disposición irregular me parece a mí que no puede ser si la estructura estrófica obligada es 5-7-5-7-7):
. Cada jugador invitará a dos participantes, indicando las reglas del juego y avisándolo en el blog.
. El invitado al que se le pasa la estafeta iniciará la composición con la frase "pivote" del participante anterior, quien deberá resaltarla en cursiva o en color rojo.
. La forma será de Tanka (poesía japonesa tradicional). La estructura constará de cinco versos de 5-7-5-7-7 sílabas.
Un tanka puede ser un texto dividido en cinco partes, usando treinta y una sílabas o menos, permitiendo que fluya la prosa poética, dictando la longitud de las líneas que quedarán separadas por signos de puntuación. (La disposición de las sílabas puede ser irregular pero siempre conservando el mismo número de versos). El invitado elegirá la unidad rítmica que prefiera.
. Debe existir el concepto "pivote", o eje del poema. En algun punto de la tercera línea va a existir una imagen que relaciona o liga las dos primeras con las dos últimas.
. El tema será libre.
. Cada participante debe señalar el blog del que proviene y enlazar a los invitados.

 

Los reinos de la casualidad

Los reinos de la casualidad

Voy en el metro aprendiéndome la segunda parte de El corazón perplejo.  Cuando estamos llegando a Catalunya, donde tengo que bajar, veo que la chica que se ha sentado frente a mí va leyendo la novela de Marzal.  No la he leído, pero esta coincidencia me aletea en la cara como un pájaro nervioso, y me da otra de esas alegrías fugaces que últimamente me rondan.  Para eso deben de estar el azar y sus arbitrarios remedos de sentido: para estos alivios del momento, que tanto agradecen los desorientados. 

La vida en obras

La vida en obras

Al salir de la piscina emprendo el camino a casa por la calzada, porque la acera donde da el sol --un sol tibio y silencioso, calmo y sereno de barrio residencial a las dos de la tarde-- está en obras.  Al principio me mantengo junto a los coches aparcados; pero viendo que no hay circulación alguna y que calle arriba las ramas de los árboles confluyen unánimemente en la montaña, pronto ocupo el centro del asfalto y subo mirando cómo se entrehace allá lejos esa canción de aristas grises.  Desvío un momento la vista a mi derecha.  Un obrero tiene la taladradora fija en la acera, todavía sin conectar, y la va girando lentamente, como buscando algo al cogerla, un lugar decisivo, un punto de acomodo, de mágico acuerdo entre hombre y máquina.  Con los guantes de obra, casi parece que la arrope. 

De pronto quisiera estar en la cama de ese hombre.

Aunque nunca se sabe (moderemos la afición melancólica de ver alegorías, por principio, en los recodos de la realidad).

Llego a casa provisionalmente feliz.  Voy aprendiéndome poco a poco El corazón perplejo de Marzal. 

 

Los nombres

Uno de los fragmentos que prefiero de Lolita es aquel en que Humbert Humbert se complace morosamente en pronunciar, en recorrer todas las estribaciones que posee el nombre de su obsesión: 

Lo-li-ta: la punta de la lengua emprende un viaje de tres pasos paladar abajo hasta apoyarse, en el tercero, en el borde de los dientes. Lo. Li. Ta. 

Así los nombres se convierten a veces en el único cuerpo que la boca puede acariciar.

Si será

Se sentía estafada en todas las cosas sencillas [...]

                                                                             Ya no.

 

Ab vos me pot Amor ben esmenar,
del temps passat, lo seu gran falliment [...]

Como siempre

Como siempre

Dante Gabriel Rossetti, Sancta Lilias, 1874.  Tate Gallery, Londres. Detalle.

Esta tarde he sido tan desproporcionada e imprudentemente feliz cuando D. me ha acariciado la cabeza cual a perrito de lanas (con este pelo, dice, parezco sacada de un cuadro prerrafaelita), que de vuelta a casa en el metro he ido todo el viaje temiendo que el destino tuviese prevista mi muerte entre esta noche y la del sábado, así nada más que por joder, por quitarme los caramelos mientras se me quedaba en la cara la sonrisa de idiota. 

No iba a ser la primera vez que ocurriese algo parecido.

 

Tiresias en una cafetería

Tiresias en una cafetería

Mikhail Vrubel, Ángel con vela e incensiario, 1887. Museo de Arte Ruso (Kiev, Ucrania), detalle.

Cuando I. me relata los delirios en que se encuentra sumergida su cabeza, yo escucho detenidamente y asiento; hasta que ella pone a prueba su propia historia de iluminada mirándome fijo a los ojos y preguntando:

--Pero Gemma, ¿tú crees en lo que te digo?

Yo busco una salida para no tener que contestarle con la verdad; en parte porque eso le da confianza para seguir contándome y a mí me proporciona por tanto la posibilidad de saber hasta qué punto se ha estabilizado la crisis o no, y en parte porque siento que es una crueldad deshacer sus ilusiones.  Entonces digo, consciente de que la pregunta ahonda en alguna zona hasta entonces intocada por nadie más, y sin embargo fundamental en mí:

--I., tú sabes que no soy creyente.  Además yo creo que las cosas..., no sé cómo decirte..., las cosas realmente buenas, los milagros, el bien, aquello, lo que quiera que sea, que hace luminosa la vida, es frágil y escaso y pequeño, y que siempre está asediado por... todo lo demás.

--Bueno --insiste--; pero si yo, yo, te cuento que he sido elegida, ¿tú me crees?

Como no me queda más remedio que decirlo, contesto:

--I., tú eres mi amiga; yo te quiero mucho, y me da mucha pena tener que decírtelo, pero no, no puedo creerlo.

Entonces I. me mira con sagacidad, sonríe, y me responde:

--Ya; pero a ti te gusta escuchar estas historias.

Y en ese momento me doy cuenta de que desde su ceguera mental, I. ha intuido bien, ha tenido la puntería suficiente como para dar en la herida correcta: la miro con melancolía, y pienso en mi escepticismo resignado, en mi propia necesidad de milagros, en la profunda nostalgia que me produce el hecho de que sean imposibles, o como mucho, escasos y frágiles y asediados.

The clown

The clown Edward Hopper, Soir bleu (detalle), 1914. New York. Whitney Museum of American Art

Verdaderamente: ignoro por qué la vida se ofrece a los demás con tanta abundancia mientras que a mí solo me entrega patéticas parodias de ella misma.

J'étais une autre

J'étais une autre Johannes Vermeer, Muchacha leyendo una carta frente a una ventana abierta (detalle), Gemäldegalerie, Dresden

Dios santo, todavía aquella historia puede hacerme llorar.
Cómo podía escribir de ese modo.
Cómo podría escribir de ese modo.
Eso es lo que más me jode: haber perdido mis palabras, esa energía que las transformaba en una casa incendiada. Haber perdido esa absoluta intensidad con que existía y se afirmaba tenazmente mi mundo interior.
(Cómo explicar que partió un barco de mí llevándome.)
El blog… Vaya mierda, el blog, si lo comparo con esas cartas.
Qué poderosa es la intimidad.
Quizá eso es lo que sucede: que hay una falta de mí en todo lo que hago.
(Hostia, Yulka.)

Excedentes

Excedentes Seurat, Modelo de espaldas, 1887. París, Musée d'Orsay

Arnaldo Antunes: O meu amor é demais. Una pequeña variante y el enunciado se vuelve más preciso: O meu amor é de mais.

Cuando fuimos otras

Buscando ayer otra cosa, di con aquella hoja en que Julia me había copiado lo que Joan Ferraté afirmaba sobre la franqueza en sus "Cosas de ogros y pigmeos" (Dinámica de la poesía, 1968) :

Se puede ser franco por dos razones: por indiferencia o por exceso de conciencia. La mayor parte de la gente no se siente bastante segura ni tiene bastante imaginación; por eso casi todo el mundo es moderadamente hipócrita. Lo curioso es que a la vez se descubren y consiguen ocultarse. Les basta con que lo que los demás saben de ellos siga, en lo que de ellos dependa, informulado. Hablar es peligroso.

Por eso a mí siempre me ha gustado declarar verbalmente lo que los otros ya sabían y no han querido decirme: por joder, nada más, por no permitirles la comodidad; aunque a diferencia de como dice Ferraté, yo siempre lo he hecho desde la más absoluta de las inseguridades (porque la primera que quedaba a la intemperie con sus radicales verbalizaciones era yo misma).

Y no obstante... Al encontrarme con todos esos papeles, con los poemas de Labordeta que Julia me pasaba, con los capítulos de El mono gramático o con ese fragmento de Carson McCullers, he tenido la certeza de que ya nada va a tener la misma intensidad, de que solo entonces fuimos insobornablemente nosotras y de que todo entusiasmo actual no es más que un pobre remedo del de aquellos días.

Menos lobos

A todos aquellos que afirman sentirse fascinados por Amélie Poulin, me encantaría ver con cuánta rapidez se apresuraban a mandarla a hacer puñetas en cuanto ella irrumpiese en sus vidas.

Despojamiento

Despojamiento Andrew Wyeth, Christina's world

Todas estas palabras inútilmente dispuestas.
Estas palabras que no me salvan de lo que no tengo.

Ya estamos

Que sí, que sí: que a mí la vida me toma por el pito del sereno.

Las púas de punta

Mucho trabajo, mucha desorientación y mucho silencio sobre mí misma, como si no quisiera enterarme de lo que está ocurriendo en algún lugar sombrío donde los hechos se digieren mal. A principios de enero leía yo un post de alhua sobre el modo en que a veces los demás son un espejo en que nos aconsejamos a nosotros mismos. Eso me ha ocurrido ahora a mí con su post de hoy: afirmándole la beligerante cabezonería de no convertirse uno en la alcantarilla de nada, no he podido menos que acordarme de mí, en la cena de ayer, vistiéndome de erizo (traje que no me va ni aunque me lo arreglen). He tenido que sonreírme a medias, y se me ha pasado un poquito el encono.

Veremos a ver si el paso de los días me trae la calma.