Marc Chagall, La casa incendiada o El carro volador, detalle
Debo atenerme a los perfiles de la realidad (el metal de voz de mi hermana, las canciones de Juan Perro, las
Impatiens a punto de florecer) para no subirme al carro del arrebato. Es por eso que en lugar de seguir revisando cómo me encuentro ni cómo no, acudo a un poema de
Carlos Marzal que suscribo en cualquier momento, e intento detener mi cabeza --máquina infernal-- yéndome a poner lavadoras.
CREDO QUIA ABSURDUM
Si no inspirara vértigo su hondura,
si no infundiese al alma aventurera
un frío sideral,
si no nos adeudara
los insólitos dracmas de los sueños,
si no hubiese negado nuestro nombre,
no habría para qué
ni para tanto.
Esta desobediencia
para con la cordura, este imprudente
amor desventurado es nuestra gloria.
Si no fuese a perder, no habría triunfo.
Cualquier pasión se impone en su arrebato,
cualquier enfermedad llega a ser íntima.
Alteza incomprensible,
tu púrpura es oscura.
No hemos llegado aquí para entenderte.
Bailo sobre las brasas, porque es triste.
Porque es tarde y ocaso, estoy de enhorabuena.
Me he dejado ir de mí, porque no hay fondo.
Porque es inútil, canto.
Porque es absurdo, creo.