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aunqueseaceniza

en las grietas

La Maison en Petits Cubes

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De Kunio Kato.

Superviviente

Superviviente

admiro todo lo que es capaz de crecer en una grieta

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Noviembre cumple

Noviembre cumple

 

Teatrillo

Noche. Se encuentran un hombre y una mujer en torno a un bidón, bajo una luz escasa. Frente a ellos, en el lugar de la cuarta pared, representa haber una hoguera encendida.

Ella: —¿Lo has traído?
Él: —Sí. (De un bolsillo interior de la cazadora saca una caja algo mayor que una pitillera. Se la tiende a ella.)
Ella (antes de cogerla, mirándola con prevención): —¿Está todo?
Él: —Claro.
(Ella coge la caja, la abre, toma un papelito del interior y deposita la caja sobre el bidón. Lee en voz alta el contenido del papel, que es un poema de unos 4-10 versos. Cuando acaba, lo mira a él.)
Él: —¿Al fuego?
Ella: —Al fuego. (Arruga el papelito y lo tira frente a ella.)
(Él toma el siguiente papel de la caja. Lee en voz alta un poema de parecida extensión al anterior.)
Él (mirándola): —¿Sí?
Ella: —Por supuesto. (Él arroja el papel a las llamas. Ella toma otro papelito y lee un poema. Va a tirarlo.)
Él: —Pero...
Ella: —A la quema. (Lo tira.)
(Él coge otro papel y lee en voz alta el poema. Al acabar, duda. Ella lo mira y le señala la hoguera, animándolo.)
Él: —No sé... Este podríamos salvarlo, ¿no? Tiene su puntito. Yo veo aquí hasta un guiño a la tradición provenzal...
Ella: —Mira, mira, mira: no te disperses, ¿eh? Ya hemos discutido esto muchas veces: lo discutimos ayer y si quieres lo discutimos también mañana, pero esta noche hemos venido a lo que hemos venido.
Él (resignado): —Ya. (Lo tira.)
(Ella toma otro poema y lo lee en voz alta.)
Ella: —Al fuego. (Lo tira.) 
(Él toma otro poema y lo lee en voz alta.)
Él: —Ceniza, pues. (Lo tira.)
(Ella toma otro poema y lo lee en voz alta. Lo va a tirar.)
Él: —¡Espera!
Ella: —¿Y ahora qué pasa?
Él: —No, nada. Es que... Este es lindo.
Ella (indignada): —¡Lindo, lindo! ¡Lindísimo! Pero vamos a ver, ¿en qué quedamos anoche? ¿Eh? ¿Qué se decidió anoche? ¡Todas las pruebas, dijimos! ¡Destruir todas las pruebas!
Él: —Ya, ya; si es verdad, tienes razón. Pero quemarlos así, ceniza y ya nunca...
Ella (cabreada): —¡Pues sí! ¡Pues sí! ¡Ya nunca! ¡Por Dios! ¿Pero es que no te das cuenta del peligro que corremos? ¡La poesía te sigue los pasos! ¡A mí también! ¡A todos nosotros!
Él (derrotado): —Está bien.
(Ella arroja el poema al fuego. Él recoge el último poema. Lo lee para sí. Después lo lanza a la hoguera. Se queda mirando las llamas. Ella le pone una mano en el hombro.)
Ella: —Venga. No lo pienses más.
(Lo conduce un instante. Se van.)

Ciudadanos y ciudadanos

a
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Lo mismito que Millet, a quien por lo visto su religión y la educación de sus padres sí se lo permiten.

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La Negra

aunque sea ceniza

Sobre pasiones

Sobre pasiones

Sobre sexo

Sobre sexo

Rubianes - El trabajo dignifica

aunque sea ceniza...

Mientras dormía

Mientras dormía

Remedios Varo, Hacia la torre, 1960 (fragmento).

Sueño que hemos ido de excursión, mi familia y yo, a algún pueblo catalán. A la vuelta, hay cierta prisa por llegar a casa, porque mi hermana tiene que estar a tiempo en algún lugar. Mi padre decide ir por una carretera que nunca antes ha transitado; pero que supuestamente lleva a la autopista correcta. Recuerdo la curva: pronunciada, hacia la izquierda y hacia arriba, de manera que no se ve tramo de carretera más allá de unos pocos metros. Recuerdo también cierto temor a que el coche se salga de madre mientras estamos girando. Al cabo de un breve recorrido, debemos detenernos: la carretera acaba en unas escaleras que descienden a un patio empedrado. Bajamos. Entre eucaliptus y mimosas se alza una casa de barro ocre muy claro. Es alta, ancha, no tiene aristas. Viene a ser una síntesis entre la Pedrera (aunque más sobria) y las casas de Ait Benhaddou (aunque más clara). O también como uno de esos potes de miel Trapa con dosificador, pero puesto bocarriba. Tiene las ventanas, meros huecos cuadrados abiertos en la pared, distribuidas irregularmente por la fachada. Se trata, por lo visto --de pronto llevo un folleto en la mano--, de un monasterio vagamente relacionado con el budismo o el hinduismo, lugar de visita recomendada por su valor cultural y estético. De modo que --inexplicablemente-- la prisa primera ya no existe, y nos quedamos a verlo. Ya de noche, ha surgido un patio a mano izquierda del edificio. Está levemente iluminado por multitud de candelitas. Al otro lado de la tapia --no muy alta-- que rodea el recinto, en el costado opuesto a la pared del monasterio, se ven las paredes ciegas de algunos bloques de pisos, levantados sobre una elevación del terreno: el conjunto recuerda al de un solar barcelonés del Raval en el que una vez asistí a un festival de cortometrajes al aire libre. Pero lo que aquí hay es un montón de cajas de anillos gigantescas (más o menos así, o quizá más redonditas), de color burdeos, y en cada caja --como la perla en la ostra-- un monje (son más bien niños) que medita o que duerme o que lee. De vez en cuando, algún monje sale de su caja-ostra, da un corto paseo y vuelve a ella. Algún otro, que viene del convento o de entre las mimosas, entra en el patio y ocupa su correspondiente caja. Sin solución de continuidad, estamos dentro del monasterio, un interior semejante al de Santa Sofía, aunque más sombrío y sin mucha elaboración arquitectónica o decorativa. El trabajo arquitectónico más importante allí es el de la penumbra. Al fondo vemos una cuna igual a la que yo tuve de pequeña. Está vacía --las sábanas removidas--; pero al pie están acostados unos doce bebés pequeñísimos, envueltos en paños blancos, un poco sucios. Alguno se remueve, alguno sale de entre sus trapos como si fuese una oruguita. Alguno tiene pelo de rata, y se parece un poco al Firmin de Krahn.

Grafiti

En la estación de metro de Sagrera, línea 1, hay uno de esos carteles electorales en los que CiU reflexiona sobre el cupo del recipiente patrio. Como ya es sabido, bajo la foto de un firme a la par que meditativo Duran i Lleida, aparece el siguiente lema: "La gent no se'n va del seu país per ganes, sinó per gana. Però a Catalunya no hi cap tothom". Y sobras tú, ha añadido con spray alguna de esas almas caritativas que todavía son capaces de practicar actos de resarcimiento colectivo.

Semilla del tiempo

Semilla del tiempo

Modest Cuixart,  Aonia, 1994.

Había escuchado ya antes La leyenda del tiempo, porque mi niña J. --modistilla que a la sazón iba por la vida escandalizando a ingleses acartonados-- me prestó el CD allá por el inicio de este milenio. He de confesar que en aquella época el oído no me dio más que para que se me pegase lo de nadie puede abrir semillas en el corazón del sueño. Este domingo, sin embargo, reparo en la voz de Camarón, que en realidad no es la voz de Camarón, sino un cúmulo de tiempo antiguo y oscuro que brota de su cuerpo. No sé si será alucinación acústica --pues todo es posible en el sopor de una tarde de domingo--; pero lo que sucede con la Nana del caballo grande es cosa de sortilegio (como el que experimenta el deán de Santiago a manos del mago Illán, o el que suspende al abad Virila en medio del bosque durante 300 años, o aun el del tiempo recobrado de Marcel). Porque de pronto lo que ahí canta es un eco que viene de muy lejos y trae consigo el sedimento de voces y rostros anteriores. Lorca decía que el duende es la capacidad de traer a superficie todo aquello --hombres y caminos y dolores y paisajes y derivas y raíces y planetas-- que se encuentra enterrado en la mina negra de los siglos. O algo así. Y eso es lo que hace la Nana, que como el agua detenida al pie del puente, no se sabe muy bien lo que lleva porque es capaz de llevarlo todo.

Hay una larga, larga noche en la voz de Camarón.

Turistas en la niebla

Turistas en la niebla El sábado por la noche vamos a celebrar el cumpleaños de L. (médium convocante del júbilo y la risa). Al salir de un bar en el Borne, Barcelona aparece esfumada en el cendal de una finísima niebla. Dos extranjeros preguntan a P. sobre la situación de un local. Por lo visto, el flyer del bareto en cuestión contiene un pequeño plano de la zona; pero no indica con flechita alguna la posición concreta del garito, y tampoco aparece el nombre de la calle donde se supone que está ubicado. De pronto imagino una conspiración perversa motivada por una (po)ética antiguiri y dirigida a mantener a los turistas vagando por la ciudad, en busca de un bar de copas perdido entre la neblina. 

Tiempo recobrado

En una noche de cumpleaños y reencuentros, J. me dice que al acordarse de mí siempre se le viene a la cabeza que él aprobó sintaxis gracias a mi ayuda (y la de J. payasa). Yo no recuerdo siquiera uno de los momentos que supuestamente dediqué a explicarle la teoría generativista del predicativo; por lo que me maravilla encontrar algo mío atesorado en la memoria de otro. Por eso lo recojo aquí: no ya para evitar el extravío --pues nunca estuvo perdido, sino en manos amigas--; más bien para celebrar el modo en que J. me cuidó ese yo durante siete años y me lo devolvió tan crecido de su propia vida.

Y más

Y más

Este año el frío también hizo trabajos más blancos.

Ya

Ya

El primero de los 79.

Ser jardinera

Estoy esperando a mis 79 motivos.

Y de mientras...

a

Glenn

a

Me dice M. que Glenn Gould hace aletear una mano mientras toca con la otra.
Y que la mira.

Como si la mano fuese la melodía y pudiera contemplarla a la altura de los ojos.
(Encarnar la música, diría Steiner, darle el propio cuerpo para que lo habite.)

a

París, I

Contra Pasavento, Todorov.

Lo real

Ese espacio al que en virtud de las brillantes fantasías no se le otorga mirada suficiente, y que sin embargo contiene con paciencia una luz que no nos expulsa y que permite existir todo aquello --lo único-- que tenemos, ofrecido silenciosamente en su más honda pobreza: la de lo frágil y lo escaso, que son atributos de lo maravilloso.