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y del mucho leer...

Tempus fugit

Tempus fugit Hay en Perfil del aire una relectura del carpe diem garcilasiano donde se afina la sensibilidad torturada ante el poder destructor del tiempo: no es que las rosas ya no puedan cogerse mudada la edad; es que la edad muda a cada segundo, y en su carrera vertiginosa hace impensable cualquier perdurabilidad de la plenitud. Lo lacerante, en Cernuda, es que esa conciencia de lo fugaz ni siquiera puede resolverse en tópico moral (coged de vuestra alegre primavera / el dulce fruto, antes que el tiempo airado / cubra de nieve la hermosa cumbre); porque la misma posesión del instante presente está envenenada por la agonía temporal: ¿De qué nos sirvió el verano, / Oh ruiseñor en la nieve, / Si solo un mundo tan breve / Ciñe al soñador en vano? Cernuda pasa por Garcilaso caminando hacia Manrique (ah el XX y sus aceleraciones): en esa vuelta de tuerca al curso de la tradición poética, Perfil del aire abandona toda voluntad de aprovechar engañadamente el momento, y es por ese despojamiento de paños calientes que en el libro solo queda el pálpito constante del deseo cuya realización niega el tiempo:

Cuán lejano todo. Muertas
Las rosas que ayer abrieran,
Aunque aliente su secreto
Por las verdes alamedas.

Los últimos

Los últimos Voces que se resisten a morir: eso es la tradición (y así la entiende, por ejemplo, un libro como Cuaderno de Nueva York). Ocurre, sin embargo, que rescatar los frágiles susurros de entre el olvido se consideraba antes empresa de salvamento colectivo. Ahora, no me atrevo a afirmar si para bien o para mal, la transmisión de esas voces se está volviendo a convertir en un rito para iniciados, para miembros secretos de una secta que cuchichea en algún rincón lóbrego de un pasillo universitario, que en madrugadas solitarias arrastra sus peregrinos pensamientos por algún andén del metro, que comparte un lenguaje antiguo y oscuramente encendido cuyo rumor ha de perderse en las sombras.

Xavier Pericay: La extinción del profesorado

Oh ruiseñor en la nieve

Oh ruiseñor en la nieve Está Cernuda bebiendo del influjo valéryano en la poesía española --a través de Guillén y de Salinas, grandes popes que marcan el paso de los más jóvenes con esos poemas a los que, según frase certera de Julia, se les ven todas las aristas--, y aun haciendo sus primeros pinitos en la poética al uso, no puede menos que sentir frío. Sí señores: Cernuda siente frío entre tanta claridad y tanta cosmogonía y tanto pleno mediodía. Se ha dicho que Perfil del aire, del 27, fue una obra guilleniana (opinión que cabreó indeciblemente a Cernuda, por cierto); y sin embargo la ética que sostiene el primer libro del poeta sevillano no puede formularse sino como una contestación a Guillén: ’que sí, que sí, maestro, que la existencia es hermosa y la creación es perfecta y que el cosmos gira armónica y pitagóricamente; pero que mi reino es de este mundo --aunque en este mundo yo sea el exiliado--, que si "la tierra gira" lo hace dentro de un ritmo impalpable a no ser que se lo escuche en el latido humano, que "soy memoria de hombre" y "luego nada", que si la vida destila esa plenitud de perfiles metafísicos, yo me pregunto por el labio concreto que será motivo de mi celebración, y que por tanto te dejes de historias y me muestres el cuerpo en que amaré la realidad’. Ese impulso irrenunciable explica la incomodidad de Cernuda al marchar por los cauces del primer 27, aquellos que se proponían tender una red formal químicamente pura a la intuición poética para sustraerla al paso del tiempo (con el riesgo de entregarla para siempre a los dominios de lo glacial). Ese impulso explica también que Cernuda se encontrase después a sus anchas en el lenguaje surrealista. De ese impulso y de su frustración surge inevitablemente --y el adverbio no es gratuito-- toda la poesía cernudiana.

El cuerpo de la pobreza

El cuerpo de la pobreza Isidre Nonell, Reposo, 1902. Museo de Arte Moderno del MNAC, Barcelona.

Las gitanas de Nonell. La rotundidad del cuerpo en un sentido muy distinto a aquel en que Manet lo plantea con Olympia, donde la impiedad de la luz revela cómo a la altura del XIX la burguesía europea había extraviado el legado cultural del Renacimiento en algún prostíbulo de París. En Nonell, en cambio, es la densidad grávida del color la que descubre al cuerpo como volumen trágico, resignado a su propio peso, entregado sin resistencia a la miseria de tan solo poseerse a sí mismo. El cuerpo como un fardo que acumula siempre la misma porción de tiempo silencioso y reconcentrado, el mismo pedazo inerme y pobre y despojado de barro originario.

Todo esto a propósito de unos versos de valter hugo mãe:

gente de lã, golas
manchadas, um cobertor
pelas costas no fundo do dia, a
noite e a oração, deus nos perdoe a ferocidade, a dor tão
profunda, a comida mal servida,
o vocabulário dos
filhos, a virtude e o cheiro
das raparigas, o asseio da páscoa, a
pressa do terço e
a maldição do seu
nome

dormem pedras fechadas
tombadas no silêncio como en sustento

(Perpetro una traducción: gente de lana / gargantas manchadas, un cobertor por la espalda al fondo del día, la / noche y la oración, dios nos perdone la ferocidad, el dolor tan / profundo, la comida mal servida, / el vocabulario de los / hijos, la virtud y el olor / de las muchachas, el aseo de pascua, la / prisa del rosario y / la maldición de su / nombre // duermen piedras cerradas / tumbadas en el silencio como en sustento. De tres minutos antes de a maré encher, Vila Nova de Famalição, Edições Quasi, 2004, p. 10.)

La novela

La novela Mª Helena Vieira da Silva, Biblioteca en llamas, 1970-1974. Centro de Arte Moderna. Lisboa.

Tengo un amigo al que no le gustan las novelas. Dice que para que le hablen de cómo funcionan los seres humanos no es necesario que le expliquen el rosario de peripecias que le acontecen al protagonista. Que para eso se lee el libro de un psiquiatra o de un sociólogo. Pero yo digo que el privilegio de la novela es absorber todos esos discursos --el psicológico, el sociológico, el antropológico, el médico, el económico-- y hacerlos carne. Que no hay libro de sociología capaz de que un lector comparta íntimamente --que es la única manera de comprender: con los propios huesos-- la experiencia de cómo lo público penetra hasta lo más recóndito de lo privado y acaba destruyendo la vida individual, tal y como lo consigue, un poner, Otra vez el mar. Que no hay tratado de psicología que pueda hacerle palpable a un lector la indefinición irreductible a palabra de algunos sentimientos, como lo logra La Regenta. Que lo que en el libro de un economista es una teoría seca, en la novela se trenza vivamente con el cuerpo del personaje. Y eso que la palabra perro no muerde...

El humorista del Palace

El humorista del Palace Un tipo que rechaza un sillón en la Real Academia alegando que lo que él necesita es un faro, es un gran tipo. Pero un hombre que por segunda vez elude el sillón académico bajo excusa de que lo que el necesita es un piso, eso, señores míos, eso linda ya con la genialidad. Si además se tiene en cuenta que el tal personaje hace esa declaración a la altura de 1952, no puede uno menos que sacarse el sombrero ante el cerebro preclaro de Julio Camba. Yo a Camba lo conocía tan solo de nombre, por unos artículos que me encargaron buscar una vez en Las Noticias de Barcelona, y que (creo recordar) finalmente no encontré. Nunca lo había leído; pero después de hacerme con La casa de Lúculo concluyo en que el libro es una delicia: hay en él un vientecillo que se ríe y que entra y sale constantemente por entre las palabras (iba a decir versatilidad, iba a decir fluidez, pero he preferido la idea del oxígeno), y que las mantiene siempre ventiladas, impidiendo que el tiempo las corrompa. Hay también la ironía del hedonista que de joven durmió sobre los parques del Retiro y de viejo acabó sus días en la habitación más barata del Palace (favor personal de Juan March, banquero él), habiendo recorrido medio mundo en el entretanto: ser corresponsal de prensa, es lo que tiene; forjar un humorismo de cuño novecentista, a la altura de las caricaturas de Bagaría y anticipador --la tradición filológica catalana me perdone-- del de Pla, también. Gallego él, a Julio Camba sin embargo hay que imaginárselo en pleno Mediterráneo y a punto de descubrir la verdadera razón de ser de la herencia griega: coger un cogollito tierno, echarle un chorreoncito de aceite y comérselo con los dedos, celebrando la milenaria tradición de los sabores (saberes) esenciales y encontrando en ella un dique a las aguas del tiempo. Eso es, condimentado con una ingravidez prodigiosa para la voltereta argumental, La casa de Lúculo.

Casa-Museo hermanos Camba

La larga sombra de la tradición

La larga sombra de la tradición Releyendo Doña Perfecta para preparar las clases sobre Galdós, reparo en las palabras con que el canónigo don Inocencio sintetiza la visión que el pueblo entero de Orbajosa sostiene sobre el liberalismo progresista en la España del momento:

"Verdad es que si vamos a mirar atentamente las cosas, la fe peligra ahora más que antes... ¿Pues qué representan esos ejércitos que ocupan nuestra ciudad y pueblos inmediatos? ¿Qué representan? ¿Son otra cosa más que el infame instrumento de que se valen para sus pérfidas conquistas y el exterminio de las creencias, los ateos y protestantes de que está infestado Madrid?... Bien lo sabemos todos. En aquel centro de corrupción, de escándalo, de irreligiosidad y descreimiento, unos cuantos hombres malignos, comprados por el oro extranjero, se emplean en destruir en nuestra España la semilla de la fe..."

Y bien: ¿no recuerda esto a aquello otro de "los agentes profesionales de la subversión comunista en contubernio con el complot judeo masónico liberal en lo social"? ¿No hay aquí la misma reducción grotesca de la ideología contraria al burdo espectro de los come-curas y los destructores de esencias momificadas? Se ha dicho que Doña Perfecta falla como novela por el hecho de que sus personajes son puros símbolos ideológicos que no poseen la vitalidad humana de los de Fortunata y Jacinta, Miau o Misericordia. Es cierto. Pero lo que no se le puede negar a Galdós en este caso es el ojo profético. Porque el hecho es que esas mentalidades rígidas que pretendían regir el mundo a golpe de principio indiscutible --ah, la voluntad de poder-- existían aunque fueran un caso de inverosimilitud humana inserto en plena realidad, y que 60 años después de publicada la novela tuvieron su oportunidad de explayarse a gusto con el país. Bien dice Ricardo Gullón que "la tradición está viva en doña Perfecta".