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El humorista del Palace

El humorista del Palace Un tipo que rechaza un sillón en la Real Academia alegando que lo que él necesita es un faro, es un gran tipo. Pero un hombre que por segunda vez elude el sillón académico bajo excusa de que lo que el necesita es un piso, eso, señores míos, eso linda ya con la genialidad. Si además se tiene en cuenta que el tal personaje hace esa declaración a la altura de 1952, no puede uno menos que sacarse el sombrero ante el cerebro preclaro de Julio Camba. Yo a Camba lo conocía tan solo de nombre, por unos artículos que me encargaron buscar una vez en Las Noticias de Barcelona, y que (creo recordar) finalmente no encontré. Nunca lo había leído; pero después de hacerme con La casa de Lúculo concluyo en que el libro es una delicia: hay en él un vientecillo que se ríe y que entra y sale constantemente por entre las palabras (iba a decir versatilidad, iba a decir fluidez, pero he preferido la idea del oxígeno), y que las mantiene siempre ventiladas, impidiendo que el tiempo las corrompa. Hay también la ironía del hedonista que de joven durmió sobre los parques del Retiro y de viejo acabó sus días en la habitación más barata del Palace (favor personal de Juan March, banquero él), habiendo recorrido medio mundo en el entretanto: ser corresponsal de prensa, es lo que tiene; forjar un humorismo de cuño novecentista, a la altura de las caricaturas de Bagaría y anticipador --la tradición filológica catalana me perdone-- del de Pla, también. Gallego él, a Julio Camba sin embargo hay que imaginárselo en pleno Mediterráneo y a punto de descubrir la verdadera razón de ser de la herencia griega: coger un cogollito tierno, echarle un chorreoncito de aceite y comérselo con los dedos, celebrando la milenaria tradición de los sabores (saberes) esenciales y encontrando en ella un dique a las aguas del tiempo. Eso es, condimentado con una ingravidez prodigiosa para la voltereta argumental, La casa de Lúculo.

Casa-Museo hermanos Camba

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