
No sé si se puede apreciar bien, pero este es el rey de la selva, colocado por la mano maestra de la pequeña Gurb en mitad de una lámina de dibujo escolar, entre monitos-haba de color rosa y elefantes-globo de color naranja (como ya dije
en una ocasión, el mundo creado por los plastidecores de Gurb es de una libertad lírica perfectamente baudeleriana). Pues bien: mirad a este rey francamente retirado de la Historia, este rey no mucho más grande que las tres bercitas nacidas frente a él, rey tierno y lejano cual Luis de Baviera al escuchar Lohëngrin . Miradlo porque en su sintética figura, apenas reducida a cinco trazos --ah la simplicidad--, se cifra una minúscula protesta --la melenita erizada, ¿no os habéis dado cuenta?--, una delicada e infantil resistencia a las ostentaciones del poder. Que sí, que sí: que ni
Leoncio había constituido antes tamaña desmitificación de la realeza. ¡Ah pequeño monarca, tierno
como hoja de culantrillo, que yo tuviera muy a gusto a los pies de la cama, y que a veces contemplo para comprobar qué cosas pueden surgir de los dedos de un niño!
0 comentarios