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aunqueseaceniza

De mudanza

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Visto lo visto, y porque más vale prevenir, etc., me he ido con los trastos a otra parte.

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Multi_Viral

Una teoría de las grietas

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"Somos frágiles, inestables, situacional o temporalmente esquizofrénicos. Adoptamos una personalidad en una situación, otra en una situación diferente. En un momento somos un hacedor en rebelión contra el trabajo, en otro somos un trabajador dócil y obediente."

 

John Holloway, Agrietar el capitalismo. El hacer contra el trabajo, Buenos Aires, Herramienta Ediciones,  2011, p. 246.

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Manifiesto gallina

Entre logos y veras, una huesera para anidar. Oh, Talía, Talía, Talía, mi madre ya lo decía, que Talía es una arpía. ¡Pues emputezcámonos!  ¡Emputezcámonos! Oh, sí, emputecer. Nada de ser un cv magnífico, nada de ser el ojito derecho: emputecer, el cv al wc. ¡Emputezcamos! ¡A la mierda la Academia! ¡A la mierda la vuecencia! ¡A la mierda la mojama! ¡Emputezcamos! Ah, emputecer. Puta, puta, puta. ¡Todos putas! ¡Todos ETA! ¡Kaleborroquicémonos! ¡Kaleborroquicémonos! Ay qué hermosa cercanía, entre akelarre y sorgin herría. ¡Emputezcámonos! ¡Emputezcámonos! La vida, al hueso: emputecer. El pobre Quevedo, pobrecito, no saber que le estaba haciendo un favor a don Pablos al permitirle emputecer, enmerdarse, bajar a la materia, al barro, al hueso, a la calle, al vituperio, que me den ese nombre, ¡puta, puta! Que me den ese nombre y todo el margen que contiene. Mejor incluso que un pronombre, sibaritismo de don salado, ¡puta, puta! Quizá haya en un pronombre más libertad, pero en una palabra vilipendio hay una pedrada que atizar a aquellos que primero la lanzaron, Galdós dixit. ¡Emputezcámonos! ¡Kaleborroquicémonos! Oh goce del lenguaje, oh goce de ser lo que los otros arrojan de sí, aquello con lo que insultan sin saber lo que regalan. Puta, chapero, borracho. Con el lenguaje del Amo, yo me relamo.

El pobre Quevedo, dando armas a la chusma ascendida a través de los siglos. Oh, emputezcámonos. ¡Vilipendiémonos! ¡Que nos jodan! Ah, desbarrar, desbordar, supurar, sanvitear, agitarse endemoniá, ¡akelarre!, vomitar, descender hasta el osario y remover la mierda del calendario. ¡Ideales descompuestos, procacidad de repuesto! Y yo con estos pelos y sin firmar las catas. Ni depilarme las patas. Ah, ripio, cacofonía, coprolalia, escatología. Niña buena, buena nena, ¡poca cena y a la trena! Guillotina para el ángel del hogar. Y con la oficinista qué hacemos. Mujer modelo ¡emputezcámonos! Menos oficina y más sambar, ah, menos oficina y más okupar. Para el vacío de entre las piernas, más okupar. Para el vacío de las cabezas, más okupar. Y contra el muro venga una grieta por la que hablar. ¡Ah, por la que hablar, parlotear, despotricar! ¡Palabra puta, palabra hueso, palabra beso con que ripiar!

Pero qué hacemos con la oficina, con el trabajo, con la gallina. Qué hacemos con la que teme, que no se atreve, que permenece dentro el corral. Y solo sabe despotricar. Ah esquizoidea. Okupa, gallina, okupa. No sé okupar, no sé salir, no sé arrancarme la cadenita. No sé siquiera picotear los tobillos de los que se llevan los huevos. ¡Emputece, gallina! ¡Obedece al dicho, que el lenguaje es mina! Ah, qué hará la gallina con su servidumbre voluntaria y su poner huevos de ocho a dos. La gallina admiradora de la okupación y los huesos pero de lejos, porque los pesos y las facturas y las canas y el techo de menos y el grano en el granero. ¡Ah, qué haremos! Gallinita, gallinita, que te tienes que tener guardadita en un bolsillo como un pliego de papel. Cuatro pollos en un cajón, ¿cuántas patas y picos son? ¡Ah, Nicanor!

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Otra versión

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Hay arroces en la vida, tan jugosos… ¡Yo no sé!
arroces como el de Calasparra; como si entre granos,
la sustancia de todo lo cocido
balbuceara en la carne… ¡Yo no sé!

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S. me envía esta variante, que me hace reír sola en los vagones de metro como si no fuera verdad que estamos en la campaña de renta.


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Parafraseando

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Hay roces en la vida, tan jugosos… ¡Yo no sé!
Roces como del goce de dos; como si entre ellos,
la sustancia de todo lo deseado
balbuceara en la carne… ¡Yo no sé!

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El superyó mortífero

El superyó mortífero

 

El superyó mortífero, obra también conocida como Le phallus, c’est moi.

Viva de noche

Sueño que estoy cerca de Arc de sant Pau, en una plaza que mezcla la de Folch i Torres con el parque que hay junto a Sant Pau del Camp. Creo que también hay asambleístas, pero sobre todo mujeres en bata y zapatillas que se miran esquinado por un asunto de dimes y diretes. Inverosímilmente, cojo el metro para ir a Paral·lel; pero me equivoco de sentido y me digo que tendré que bajarme en la siguiente parada. Sin embargo, el metro se queda parado en el túnel. Una señora cuya cabeza apenas me llega al pecho, con el pelo corto y rizado, tan ligeramente estropajoso como su cara, borronea algo sobre el peligro de semejante tesitura. Mentalmente, le quito importancia a lo que dice, aunque reparo con inquietud en que las paredes del túnel por el que volvemos a avanzar están muy cerca del vagón. Es un túnel más estrecho que los habituales, y además está hecho de paneles luminosos de colores, como los de la estación de Liceu, pero con formas rojas, verdes, amarillas, violetas y tostadas. 

Entonces el convoy sale al exterior y además va sin carcasa y sin vía por un camino que transita entre algo así como un bosque gallego o un pedazo de Iguaçú. Voy sobre el morro del tren, apenas una plataforma que se desliza sobre la tierra. Me sorprende que el tren pueda descender por un declive y, lo que es más, por un tramo de escaleras antes de entrar en la estación, donde unos postes sostienen una cubierta de uralita sobre el andén.

Salgo al camino. Me acompaña gente. Creo que está MC, creo que S. También inverosímilmente, buscamos un restaurante. El camino es de arcilla gris oscuro, como de barro gomoso y compacto. A los pocos segundos nos sale un lobo al paso. Gris oscuro, también, con el pelaje brillante y los ojos negros. Ensayo unos aullidos, y el lobo me mira condescendiente. Seguimos en busca del restaurante, que contra todo pronóstico aparece. Nos sentamos a una mesita precaria con un mantel a cuadros blancos y rojos. Al segundo siguiente, la mesa se ha hecho larga y las sillas menos frágiles. A mi lado hay un viejo, machihembrado de sargento Romerales y de un alumno del año pasado, arquitecto. Tiene el pelo abundante y cobre. Dice: ustedes coman, que yo estoy ahí dentro bebiendo y bebiendo y bebiendo. Añade algo sobre tener a alguien en el corazón que alude a mí, pero ahora no recuerdo exactamente qué.

(Qué época esta, en la que una sobrevive de día y vive por la noche.)

Manifiesto

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Hoy más que nunca, ¡coño y plusvalía!

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Vida nocturna

Sueño, durante ni cinco minutos en que me quedo traspuesta mientras escucho la radio (en la cama a las 19.40 de la tarde; todavía no me sucede eso en el sofá, aunque todo se andará), que avanzo de noche entre los árboles de un bosque, hacia un claro donde algunas sombras se han reunido en torno a un fuego.
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Sueño que estoy en San Sebastián, casi en lo alto de un terraplén trabajosamente transitable, frente a una especie de centro cultural. Grupos alternativos celebran una especie de asamblea-yincana. No es que yo participe, pero el caso es que estoy atascada en el problema de superar un pequeño promontorio del que he bajado pero al que ahora, un poco inexplicablemente, no puedo subir.
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Después estoy en la playa, también en un lugar mar adentro al que he llegado pero desde el que no sé volver, porque me pregunto si soy capaz de cruzar a nado la extensión de agua que me separa de tierra firme (ha subido la marea). Estoy sobre un promontorio, y veo el mar ante mí y no me animo. Entonces caigo en la cuenta de que no llevo las gafas puestas. Ponte las gafas, a ver qué se ve, me digo. Me pongo las gafas y a mi derecha aparece un repecho embaldosado como un damero. Sobre él están sentados cuatro o cinco amigos de Lo. Charlan. Tienen los pies en el agua, chapotean. Alguno de ellos lleva gorro blanco y traje de baño a franjas blancas y negras, a la manera antigua. Siento que lo que me separa de tierra firme no es tan grande.
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(Esta mañana, mientras recordaba el sueño, he caído en la cuenta: ¡el Helesponto, el Helesponto!)
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Luego estoy en un pueblo del Oeste, aunque la habitación en que me encuentro se parece más bien a aquella en la que Ben-hur y Esther hablan con las persianas echadas, o a aquella en la que se recorren Lászlo Almásy y Catherine Clifton. B. está de pie, lleva unos pantalones claros; yo estoy sentada en la cama. B. dice: "Apuesto a que querrías casarte conmigo". Lo dice con una sorna deliciosa. Le respondo como quien tiene que contrariar a un niño con delicadeza: "No, B., no me quiero casar contigo". B. contesta: "Bueno, quien dice casarse, dice vivir juntos". A lo que replico con media risa: "No, tampoco quiero vivir contigo". Al mismo tiempo, pienso que querría agasajarme la vida entera con esa piel medio taína.
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Además me paso la noche haciéndome unas cosquillas mansas y dulces como no hacía años.
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Aquí la revolución ya está hecha

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¡Calvinismo o muerte!

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Vótenme, porque mi rumba es la buena

Buscapiés

Dice la Pizarnik en La tierra más ajena que no quiere "traer sin caos / portátiles vocablos", por aquello de que es inútil hablar si no se vienen de la oscuridad a la boca palabras grávidas que provoquen un terremotillo en el mundo. Pues bien, aquí les traigo una vieja palabra —dizque caduca— que sale de la noche del tiempo cargada con los padeceres, los sudores, los orgullos y los días de los que trabajan: plusvalía.

PLUSVALÍA

¡¡¡UUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUH!!!

PLUSVALÍA
PLUSVALÍA
PLUSVALÍA

¿Se imaginan? Acudir a una cumbre de Davos, entrar en la sala de conferencias, subir al estrado, llegarse hasta el atril, inclinar ligeramente el micrófono hacia el propio rostro y pronunciar, regodeándose en la carne de cada sílaba: plusvalííííía. ¡Oh qué gozo, oh qué alborozo! ¡Qué alboroto escandaloso! ¡Plusvalía, plusvalía! ¡El auditorio en estampía! Y al despertar por la mañana: plusvalía. Y al cruzarse con vecinos: plusvalía. Y al entrarle al panadero: plusvalía. Qué buenas noches ni salud ni buenos días: ¡plusvalía, plusvalía! Díganlo con desparpajo en la oficina, en el pediatra y en el aula: plusvalía. Ni solidaridad ni bienestar sostenible ni emprendimiento ni excelencia ni qué niño muerto: plusvalía, coño, plusvalía. (Por cierto y al paso: debo decir que coño también es una hermosa palabra que les va a alegrar el día. Prueben a subir Rambla de Cataluña pensando en coño y plusvalía: se les va a aflojar la risa sin poderlo remediar.)

Navega sola

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¿Saben ustedes el duende? Doy fe de que esta tipa lo tiene.

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Ratas

Sueño que duermo en una habitación con O. Ella en una cama a la izquierda y yo en una cama a la derecha. Tras la cabecera de las camas hay una vidriera que da a un patio exterior. Hay un momento en que O. dice que hay una rata en el patio. Al principio yo no la veo, pero luego está ahí: tras la cabecera de mi cama, separada de ella por el cristal. Es una rata un poco más grande que una mano, de color gris oscuro. La textura de su pelaje es como la de un peluche gastado, sucio y apelotonado. Me causa una honda inquietud, no por el tamaño o el asco, sino porque tiene algo siniestro. De pronto se levanta sobre las patas traseras, cruza las patas delanteras a la espalda, y comienza a pasearse por el patio, de mi cabecera a la de O., con aire de filósofo chiflado capaz de cometer un asesinato. En esas O. se ha convertido en Iker Casillas, que a la altura del techo tiene montado una especie de tubo transparente que comunica el patio con la habitación a través del cristal. Al extremo del tubo hay una pinza, e Iker la va cambiando según se pregunta "¿qué pasaría si...?". Como no le satisface la respuesta con las dos o tres primeras pinzas, las retira, y pone otras, hasta que en el lugar de la pinza coloca un cepo y tras hacer la pregunta dice "pues ahora sí", y saca la rata pillada por el morro.

C/Riereta con Sant Bartomeu, 12.35 h

Nada más salir de casa, un chaval (¿de ascendencia?) marroquí de 13 ó 14 años pasa como una exhalación por mi calle. Doblo la esquina del callejoncito y veo venir tras él a un urbano, que comienza a ralentizar su carrera. Un ladronzuelo, pienso. También pienso: vaya con el gordito, para estas lides los polis debieran estar mejor de forma. En la placita hay un grupillo de gente comentando. Un niño pregunta qué ha pasado, una mujer responde: "Pues que ha habido un robo y la policía persigue al ladrón".

Enfilo por la calle que hace esquina con el mesón David. Llego a media calle y veo que al final un poli intercepta la carrera de un huido, este se sienta en la esquina, inmediatamente resignado, y entonces llega otro urbano y se oye llegar un coche. Creo que el marroquí no es el chaval del comienzo, deben de ser dos o vaya usted a saber. El segundo urbano que llega, comienza a gritarle al detenido, que no estaba ofreciendo ninguna resistencia, lo patea y lo patea, lo sacude, lo pone bocabajo, le aprieta la cabeza contra el suelo, se la levanta, se la refriega contra la acera. El detenido comienza a gritar: "¡En la mandíbula no, la mandíbula rota!" El urbano grita y grita y grita. De repente hay 15 urbanos, dos coches y tres motos rodeando al tipo. Un grupo de gente y yo estamos atónitos ante la detención, la policía empieza a pedirnos que nos vayamos.

Me alejo un poco por Riereta, pero sigo mirando. Continúan los gritos. Un poli muy alto avanza hacia los que estamos parados a una distancia media. "Retirin-se, retirin-se". Le digo: "Tampoc  no és per tant, no?" Mientras camina hacia nosotros me responde: "I si ha fet mal a una àvia, què?". Nunca habían apelado a mi sentido de la piedad de un modo tan rastrero. "Si ha fet mal a una àvia, se’l deté, i a la presó i ja està". Sigo mi camino para doblar por Sant Bartomeu; porque en esa esquina tiro siempre la basura. En este punto ya tengo el cuerpo revuelto; pero la puntilla llega cuando con el detenido en el coche, el vehículo me impide el paso porque también dobla por Sant Bartomeu y se para cruzado justo en la esquina. Se han topado con uno de esos pivotes negros que se ponen en las aceras para impedir el aparcamiento. Entonces sale un urbano del coche, abre la puerta de atrás, increpa al detenido: "¿¡Qué te pasa!? ¿¡Eh!? ¿¡Qué te pasa!? ¡Que te estés quieto!", a lo que el marroquí pregunta que "por qué me pegas en la mandíbula". El urbano mete entonces medio cuerpo en el coche y al grito de "¡se acabó!, ¡ya!, ¡se acabó!", comienza a golpear al detenido y lo golpea y lo golpea y lo golpea y lo golpea.

El marroquí se calla.

El urbano saca la cabeza del coche, vuelve a la parte delantera, y arrancan.

Hablo con una vecina que como yo estaba mirando.
Tiro la basura al contenedor.
Me dan ganas de tirarme yo también por no haberme acordado de sacar el móvil.

Tócala otra vez, Sam

A ver si llega a
canción del verano.

Cri-mi-na-les

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Hoy, en la ocupación de la sede del BBVA de plaza Catalunya,
la PAH se reitera (y se queda en el local ante la negativa del
banco a negociar el alquiler social).
del banco a renegociar 250 hipotecas).

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Mantengan las formas

La intervención que Santiago Lanzuela hizo ayer tras la comparecencia de Ada Colau, pidiéndole formas y educación desde el más vivo escozor y el más rastrero paternalismo, demuestra que no podemos esperar nada del parlamento. En fin, no es que no lo supiéramos; pero yo era de las que todavía votaban y comienzo a ser de los que creen que todo lo que queramos solucionar lo tendremos que solucionar en la calle. Ayer quedó clarito que el congreso no es el lugar de expresión de la voz social, sino el muro de contención de esa voz.

Ellos lo saben, y se atrincheran.

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Ada y la PAH son LA Política

En estos momentos Ada Colau, representante de la PAH, está compareciendo en el congreso para defender la ILP por la dación en pago. Tres apuntes:

--Ha tenido los redaños de llamar criminal al vicesecretario general de la Asociación Española de la Banca.

--"Rogamos que todos los grupos parlamentarios recojan luego nuestro sobre. Es por supuesto un sobre que no contiene ilícitos, sino propuestas muy razonables".

--"El Gobierno aprobó los requisitos que la banca estaba dispuesta a admitir" y "hay compromisos internacionales que el Gobierno está incumpliendo".

Y sigue ahora mismo la ventolera de hostias. La comparecencia de esta mujer, de quien cada palabra vale como un zas-en-toda-la-boca, ha hecho que por un día tenga sentido la existencia del parlamento.