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Asalto a la banca

Sueño que mi madre y yo —y una tercera persona que no aparece en el sueño— hemos robado  un banco. Yo he sido encargada de repartir el botín en tres partes de 76.000 € cada una, y he puesto cada parte en una caja grande de cartón. Mi madre me dice que no se fía de que haya contado bien el dinero. Es más, no se fía de que no haya puesto más dinero de la cuenta en la parte que me corresponde. Mosqueada por la desconfianza, me dirijo a las cajas, para llevarle una y mostrarle los fajos de billetes. Repaso el borde de uno con los dedos —pero ahora estoy yo sola—, con el pulgar hago pasar rápidamente el filo de los billetes. Solo que no son billetes: son cuartillas en blanco. Montones de cuartillas en blanco. Un cabreo monumental me bulle en el cuerpo: yo me he molestado en contar y dividir todas esas cuartillas, y mi madre me dice que no se fía de mi trabajo.

Durante el día reparo en que guardo montones de fotocopias en cajas archivadoras. Es la obra completa de Azorín, es la bibliografía acumulada en torno al escritor y su relación con la pintura. Todo eso debería haberse convertido ya en una tesis, pero la tesis no está escrita. Cuartillas en blanco. Me he molestado durante años en buscar, leer, anotar, todos esos papeles, y sigo teniendo cuartillas en blanco. Es más: me he molestado durante años en atesorar toda esa letra, y mi madre sigue saliéndome con que yo debería haber hecho Medicina o Ingeniería. Materia contable.

Si nos fiamos de la Esfinge, mi trabajo sería aquello que  escapa a la ley de lo medible. A la ley del deseo del Otro (en este caso, de la otra). Escribir la tesis es entonces infringir la ley, asaltar un banco, hacerse con un botín que no puede reducirse a número.

Hum. Esta Esfinge es un poco folletinesca. No sé yo si el Vaquilla iba a estar muy de acuerdo con ella.

 

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