Mi particular proceso

Así pues, llegué al Arxiu, dejé mis cosas en taquilla, subí a la biblioteca, busqué las signaturas de La Publicidad, L’Esquella de la Torratxa y Catalònia, rellené las tres fichas correspondientes y se las entregué a la bibliotecaria. Pero ah, mi pequeña ingenua a merced de la normativa, ah mi dulce fervorosa de la sencillez, cómo esperabas un destino tan fácil, ¿no recordabas acaso que el Arxiu es un lugar al que se va para cumplimentar el mayor número de fichas posible? ¿Acaso no tuviste una vez que copiar los 50 y pico formularios que llevabas previamente preparados porque el sistema de papeletas había cambiado y no era posible acceder a las revistas sino entregando las nuevas? Ah mi tierna desmemoriada, no me digas que te sorprendió este jueves tener que volver a los registros para apuntar los números de microfilm, ni te duelas de que tuvieses que rellenar una ficha para todos y cada uno de los meses que querías consultar por mucho que después te los encontrases todos reunidos en el mismo rollo, ni te sientas potencial terrorista bibliográfica porque no te quisieran entregar los tres rollos a la vez; no, mi dolida en su simplicidad, no: he aquí el precio de tu imprevisión. Porque imprevisión fue también, no podrás negarlo, olvidar el forro polar necesario para permanecer más de un cuarto de hora en la Sala de Microfilms, e imprevisión fue sin duda no sospechar que las fechas que Joan Lluís Marfany consigna en la Història de la literatura catalana, t. VIII, pertenecen a una edición de tarde, motivo por el cual tuviste que entregarte a la grata labor de revisar tres meses enteros de La Publicidad, día por día, sin resultado alguno. Ah, mujer desprevenida no vale ni por media, y además sale de las instituciones públicas frustrada, exhausta, confundida y con ligeras ganas de matar a alguien: he aquí la inevitable relación entre candidez, burocracia y psicopatía en las sociedades postmodernas.
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