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Dies irae

Dies irae

Hay un episodio de los Simpson en que, sometido Homer al ejercicio de sofrenar sus accesos de ira, comienzan a salirle bultitos en la base del cuello que, según va cayendo en las trampas tendidas por Bart para que la rabia del padre se manifieste en todo su esplendor, acaban extendiéndosele por todo el cuerpo.  Pues bien: liberada ya del artículo sobre la Biblia en el Modernismo hispánico --esas veintipico páginas llenas de soluciones de continuidad, saltos temporales e intuiciones mal comprobadas que componen hermoso y peregrino pastiche abigarrado--, liberada ya de la sujeción a raciocinio y procurando evitar las somatizaciones de las que el pobre Homer es víctima en el susodicho capítulo, liberada de cautelas, miramientos y negociaciones con la realidad, DESÁTESE LA IRA.  (Cuidado: salpica.)

¿Por dónde comenzar, sin embargo?  ¿Por las barreras de salida del metro que sistemáticamente se cierran sobre uno mismo porque la célula fotoeléctrica ha decidido llevar a cabo una campaña para la extinción del barcelonés medio?  ¿Por la señora de edad con rodilla dificultosamente articulable que desearía machacarte con su muleta porque --ah el egoísmo de los torremarfileños-- ibas contemplando la locura del tráfico bajo la ventanilla en lugar de llevar registro exacto de los pasajeros que accedían al autobús y percatarte de que ella --que suenen las fanfarrias-- subía y pasaba junto a tu asiento?  ¿Por el crecimiento incontrolado del volumen de papel que se acumula entre las paredes de mi casa agotadas ya todas las posibilidades de almacenamiento racional de bibliografía?  Oh sí, oh sí; podría comenzar por la prodigiosa creatividad con que el cerebro maquiavélico que tengo por ordenador de mesa inventa cada día nuevas incompatibilidades, requisitos de funcionamiento, alarmas y métodos de protección --salve, Antivirus, los que van a enloquecer te saludan-- que convierten una operación de minutos en delicioso entretenimiento para toda la tarde.  O por la obstinación con que entre finales de mayo y principios de junio las temperaturas bajan y el fresquito corre rumboso tras esa semana de inflamación tórrida que te ha hecho tomar la decisión de depilarte para llevar vestido nuevo.  O por el tino con que durante el concierto de Santiago Auserón el azar coloca en tu campo visual unas magníficas, imponentes, soberbias rastas que todo lo llenan, todo lo ocupan, todo lo eclipsan, ah oscilación hipnótica de la cabeza ondulante al ritmo de la música, oh desaparición del mundo, ya todo cabeza, oh transformación de la melodía, el cantante y los focos, transformación de la existencia toda en cabeza serpenteante.

Podría comenzar por cualquiera de esas minucias.
Pero no.
Ah no.
(
Dama pequeñísima / moradora en el corazón de un pájaro / sale al alba a pronunciar una sílaba / NO.)

Voy a empezar por unas cuantas palabras.  (Siempre se trata de ellas, ¿no es cierto?).  Unas pocas palabras, apenas dos frases.  Sí: por ahí voy a empezar.  "Pensé que ya había acabado todo sufrimiento", dice.  Oh sí, eso dice, señoras y señores, eso es capaz de decir, y no termina ahí la osadía de su genio, no, porque un poco más adelante añade: "Han pasado ya algunos meses".  Eso dice esta imaginación privilegiada con su capacidad inaudita para la empatía.  Pero por Dios.  Pero por Dios.  Por Dios santo.  Estoy atónita.  ¿Pero por quién me has tomado?  ¡Yo puedo sufrir infinitamente, querido mío!  ¡Puedo sufrir durante períodos que sobrecogerían a cualquier inteligencia humana!  ¡Es un don que tengo, querido mío!  ¡Sufrir lo indecible más allá del poder mitigador del tiempo!  ¡Yo trabajo y trabajo y trabajo con denuedo para contrarrestar la conspiración de lo fugaz y tú me dices "han pasado ya algunos meses"!  Oh Dios, estoy estupefacta.

Mi pequeño señor mellevasdelamierdalagloria pero noeraesto, mi pequeño señor eresparamícomountesoro pero noeraesto, mi pequeño pirómano arrepentido, siempre el mismo y siempre distinto, marioneta repetida para cumplimiento del eterno retorno: yo no soy un juguete del tiempo ("no era una de esas criaturas que se convierten en juguete del tiempo.  Para ella él había muerto apenas ayer").  Yo no funciono a golpe de días.  Necesito, por el contrario y por extraño que parezca, un poco de sentido.  Es decir, yo quería mi NO.  Yo quería mi NO diáfano, mi NO transparente, mi NO claro y tajante y preciso.  Lo menos que se le pide a un cirujano es que haga una incisión limpia, y yo quería mi golpe seco y liberador.  Pero en lugar de eso se me dio un puedesesperar.  Lo obtuso de mi mente no llega a tanto como para no contemplar la posibilidad de que esa petición inicial no pudiera convertirse en muy otra cosa.  El problema, sin embargo, es que nadie se molestó en avisarme de que ese cambio se había producido.  Que sí, que sí.  Que existen, por supuesto, los sobrentendidos.  Claro, el sobrentendido.  Gran invento, el sobrentendido.  Esa dejación de responsabilidades que permite el sobrentendido.  Ese ahorro de energía verbal, esa comodidad del silencio.  Esa pereza moral, ese modo de dejar a los demás el trabajo que le corresponde a uno mismo, de dejar que sean los otros los que tengan que decirse las palabras que nosotros deberíamos haber pronunciado.  Lo que ocurre es que yo no trabajo por nadie.  No me da la gana.  No me da la gana de trabajar por nadie ni de dar nada por sabido ni de entender lo que no se ha dicho.  Hasta ahí llega lo obtuso de mi mente.  Así que exigí mi NO limpio y liberador.  Y tú me lo diste, obviamente, qué remedio te quedaba ya puesto el NO ante ti nada más que para que lo cogieses y lo pronunciases.  Pero no sin antes haberme dado unos cuantos consejos sobre lo que debería hacer con mi vida; no sin constatar la anomalía que mi comportamiento constituye, puesto que "han pasado ya algunos meses".

Perfecto: yo soy una anomalía, eso es algo respecto a lo que la certidumbre crece conforme pasan los años.  Yo soy una anomalía.  ¿Pero y tú?  ¿Es que acaso no tienes memoria?  ¿Acaso no tienes cuerpo? ¿Un lugar donde quede la huella de algo?  Y como conozco la respuesta, todavía entiendo menos que me digas "han pasado ya algunos meses".  Tú precisamente.  ¿Cómo puedes decir eso sabiendo lo que sabes?  ¿Como puedes decirlo a no ser que sea pura retórica lo que cuentas de ti mismo?  ¿O qué?  ¿El estrago del tiempo solo es para ti?  La verdad, yo no sé de qué coño les sirve a algunos tanta literatura.  Al próximo mendrugo que me venga hablando de poesía, de cine o de Rothko, al próximo que me venga enarbolando cualquier cosa que huela a cultura como marca registrada de su sensibilidad exquisita y por tanto como valor de cambio en el mercadeo sexual (pero qué razón tiene Joe Sacco, joder, y por cierto, para los que se guían a través de este blog por mis inclinaciones en lo que a materia de cómic se refiere: si te gustó Spiegelman, échale un vistazo a este tío), al próximo que me venga con esas, digo, lo cuelgo del palo mayor.

Y sí, soy una anomalía. Soy una anomalía ambulante, un elemento peligroso que esta sociedad de partículas elementales hace bien en mantener bajo tratamiento psiquiátrico.  Soy una anomalía: para escándalo de tibios, puedo enamorarme de ustedes con tan solo oírles respirar, y no les quepa duda de que lo haré porque puedo; de modo que aléjense de mí, pues si tuviera rabo y cuernos y echase fuego por la boca no sería más temible.  Háganme caso: soy un ínclito miembro de las MAD, una terrorista sentimental ante cuyas primeras efusiones ustedes deberían huir despavoridos.  Y todos los demás son muy razonables.  Desde luego, no hay frase más razonable que la de "han pasado ya algunos meses".  Ay, pero con lo poco convencional, con lo original que tú eres, mi pequeño tamborilero de grupo anorcosatánico, y me sales con una frase que podría ponerse al mismo nivel de sensatez que aquello otro de "no se puede ir por la vida a pecho descubierto" o "Repsol ha subido dos enteros".  Muy bien, son todos ustedes muy razonables: para ustedes la razón.  Pero eso sí, háganme un favor, ¿quieren?  Una sola concesión a la locura, ¿podrán?  Cuando yo los asalte con ese fenómeno absurdo e inconcebible, esa aberración mental por la que me enamoro de ustedes, cuando les venga con ese trabajo inútil de quererles que ustedes no necesitan, cuando eso suceda, sigan siendo razonables, hagan gala de su racionalidad intacta, conserven su sangre fría y digan NO.  No añadan nada más, no se sientan culpables, no quieran quedar bien, no manchen la pureza lógica de su negativa con esa institución anquilosada e inservible de la caballerosidad.  Sean auténticos.  No digan "eres lo mejor que me ha pasado en la vida y por lo tanto no" o "eres fascinante y por lo tanto no" o "me gustas tanto que por lo tanto no".  No me hagan llegar a la conclusión a todas luces irrisoria --aunque debo pensar que razonable, puesto que de seres tan razonables procede-- de que soy el ser más glorioso que pisa el suelo y que por lo tanto no pueden ustedes enamorarse de mí.  Porque basta con la segunda cláusula de la consecutiva.  Admítanlo ustedes sin ambages: no lo están, no pueden estarlo (no busquen explicaciones para eso: soy una anomalía, ¿recuerdan?), y esa sola negación, sola y sobria y parca y descastada será más comprensible que cualquier paño caliente destinado a hacerme bucear sin fin en las profundidades del contrasentido. 

Resistid, pequeños pirómanos contritos.  Resistid al desatino.  No os dejéis llevar por mi locura.
Al fin y al cabo, el mundo va a seguir siendo de los tibios. 
Nada cambia, pues, por concederme el capricho de un NO.

1 comentario

Diego -

sabes me ha gusto mucho tu blog, eres muy buena escritora, me gusto mucho poder leer esot, siento q no desaprovecho mi tiempo libre al hacerlo
^^
era para decir eso, no se que palabras de elogio decirle a quien maneja un vocabulario muy extenso
Adios n.n