Más obscenidades
Hará cosa de dos años leí en Lateral un artículo de no me acuerdo quién (siento la imprecisión en cuanto a las referencias) donde se explicaban los flujos migratorios que estaban llegando a Europa como un producto del programa económico neoliberal. A saber: dado el excesivo nivel de los costes salariales y sociales en la Europa comunitaria, era necesaria una deslocalización de la industria --que se trasladaría a aquellos países en que ni por asomo se supiese qué era el derecho laboral--, así como una política de puertas abiertas a la inmigración proveniente de los países pobres. El objetivo era doble y sibilinamente caritativo; porque todo estaba previsto para que el Tercer Mundo creciese (!) mientras el capitalismo se llenaba los bolsillos. Según los planes, la llegada de trabajadores que escapaban del subdesarrollo (fuga que habría de ir remitiendo a medida que la actividad industrial se fuese asentando en los países de África, Asia, o la Europa del Este), la llegada de esos trabajadores a Europa, digo, tendría el efecto de hacer disminuir unos sueldos y unos derechos sociales concebidos por la retórica neoliberal como mero capricho de ciudadanos maleados por el mimo del Estado. Por otra parte, en cuanto los países a los que había llegado la industria deslocalizada superasen un estadio básico de desarrollo, su población dejaría de emigrar y, es más, oh Providencia, podría comenzar a pensar en sus derechos e iniciaría la reivindicación de mejoras laborales. De esa manera iba a producirse un equilibramiento entre Norte y Sur, riqueza y pobreza, derroche de privilegios sociales y ausencia absoluta de ellos.
Los números, claro, son siempre limpios.
Después está la vida.
No sé si los planes de los hombres de Davoscontaron con que a día de hoy África iba a estar sometida a dictadores con un más que considerable currículum homicida. Miento: desde luego, debieron de contar con ello, puesto que la mayor parte de esos dictadores ocupan sus sitiales gracias a generosas financiaciones por parte de compañías europeas y norteamericanas. Lo que desde luego no debieron de imaginar --el cerebro pierde en empatía y en conocimiento del mundo cuando no le llegan los gritos de la calle-- es que el hambre y la represión política iban a alcanzar niveles tan desorbitados como para lanzar a miles de seres humanos a las fronteras de Europa. Lo que no previeron es que lo que ellos pretendían adquirir como proporción necesaria se les iba a convertir en excedente. El peligro que tiene aplicar terminología económica a las vidas humanas es ese: que al final hay que acabar diciendo obscenidades. Y así es: como excedente es como están tratando a los inmigrantes que llegan hasta Ceuta y Melilla. El modo en que durante las tres última semanas la Unión Europea ha saltado grácilmente por encima de la Carta que ella misma ratificó en su Convenio Europeo de Derechos Humanos (Carta cuya centralidad tanto se subraya en la cacareada Constitución Europea, páginas 11, 22 y 71), el absurdo jueguecito al que se ha entregado el gobierno español con sus sucesivas propuestas sobre modificaciones en la valla, la despreocupación con que se ha pagado a Marruecos para que haga el trabajo sucio de no importa qué forma, la ausencia de consideraciones sobre el derecho de asilo que podrían esgrimir muchos de los que saltan la valla de Melilla, todo eso señala a los inmigrantes africanos, no como hombres, sino como excedentes. Sobran. Y como se tiran las toneladas de fruta para que la sobreproducción no haga descender los precios en el mercado, se deja tirados a los hombres en el desierto.
Esa es la perversión de lo limpio: Adam Smith juega a los numeritos en una mesa de juntas, ante un inmaculado vaso de agua. Y a miles de kilómetros de distancia las marcas las lleva el cuerpo de otro.
Un exhaustivo dossier de links sobre el problema en Gatopardo.
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