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Sobre moral y Holocausto

Sobre moral y Holocausto Art Spiegelman

--Bien, ¿cómo te sientes?
--Hecho un lío tremendo. Es decir, que las cosas no podrían ir mejor para mi “carrera”, o en casa. Pero lo que siento es ganas de llorar. No puedo trabajar. El tiempo se me va en entrevistas y propuestas de trabajo a las que no puedo enfrentarme. Pero incluso cuando estoy solo me siento totalmente bloqueado. En vez de trabajar en mi libro, me tumbo en el sofá durante horas, con la mirada fija en una mancha de grasa en la tapicería. De algún modo, las discusiones con mi padre han perdido un poco su carácter de urgencia… Y Auschwitz parece algo demasiado horrible como para pensar en ello… Y ahí me he quedado…
--Eso suena a remordimientos. Tal vez creas que has expuesto a tu padre al ridículo.
--Tal vez. Pero he intentado ser justo y también mostrar lo disgustado que yo estaba.
--Aun así, de pequeños, todos los chicos admiran a su padre.
--Aparentemente es así. Pero me cuesta mucho recordarlo… Sobre todo, recuerdo las discusiones con él… Y que me decía que yo no podía hacer nada tan bien como él.
--Y ahora que tienes éxito, te sientes mal por demostrar que tu padre se equivocaba.
--Haga lo que haga, no parece ser mucho comparado con sobrevivir a Auschwitz.
--Pero tú no has estado en Auschwitz, sino en Rego Park. Quizás tu padre necesitara demostrar que siempre tenía razón, que siempre podría sobrevivir, porque se sentía culpable por haberlo hecho.
--Quizás.
--Proyectó su culpa sobre ti, donde estaría a salvo… en el verdadero superviviente.
--Mm… Dime, ¿tú te sientes culpable por haber sobrevivido a los campos?
--No… Sólo triste… ¿Admiras a tu padre por haber sobrevivido?
--Bueno… Claro. Sé que tuvo mucha suerte, pero tuvo también una impresionante presencia de ánimo y muchos recursos…
--Entonces crees que es admirable sobrevivir. ¿Quiere eso decir que no es digno de admiración el no sobrevivir?
--Bufff. Creo que entiendo lo que sugieres. Es como si vivir fuera vencer, y morir, perder.
--Sí. La vida siempre está del lado de la vida. Y de alguna manera se culpa a las víctimas. Pero no fueron los mejores los que sobrevivieron, ni murieron los mejores tampoco. ¡Fue aleatorio! Ay. No estoy hablando de tu libro, pero mira cuántos libros se han escrito sobre el Holocausto. ¿Y qué? La gente no ha cambiado… Quizás haga falta otro Holocausto. Uno mayor aún… En cualquier caso, las víctimas que perecieron no pueden contar su historia, de modo que tal vez sea mejor que no haya más historias.
--Mmm. Samuel Beckett dijo en una ocasión que “toda palabra es como una mancha superflua en el silencio y la nada”.
--Sí.
--…
--…
--Por otra parte, lo dijo.
--Tenía razón. Quizás puedas incluir eso en tu libro.

Art Spiegelman, Maus, Barcelona, Planeta, 2002, pp. 203-205: Artie, hijo de un superviviente judío del exterminio nazi y autor del comic en que queda reflejada la conversación, habla con su psiquiatra, Pavel, también superviviente judío.

No consigo encontrar el libro para copiar la cita; pero hay un personaje en La despedida de Kundera que tiene la costumbre de llevar encima un tubo de pastillas azules para provocarse la muerte, gesto de prudencia adquirido en sus días como miembro del PC checo: en un clima de depuraciones, es posible que el ojo histérico del camarada vigilante caiga sobre uno mismo, y entonces es mejor estar preparado (hombre precavido, vale por dos). Aunque la cuestión aquí es otra: este hombre que en el bolsillo del abrigo lleva unas tabletas azules como si llevase las llaves de su casa, este testigo de los procesos a que han sido sometidos sus compañeros, es consciente de que en todos los casos las víctimas podrían haber estado en el lugar de los verdugos y viceversa. La condición de víctima no te hace mejor persona. Te hace objeto de una atrocidad, pero no mejor persona. La primera condición de las víctimas --y aquella por la que nunca debieron ser sometidas-- es la humana, y todos sabemos que los hombres no son santos. Por eso Maus mantiene una lucidez íntegra: en tanto presenta a su padre atravesado por la ternura, por la enfermedad, por la resistencia, por la emoción, por el amor o en medio de las más espeluznantes barbaridades, Art Spiegelman es también capaz de mostrarlo como un viejo gruñón atacado de racismo en el momento en que su nuera sube al coche a un autoestopista negro. Y por eso no me he sorprendido esta mañana cuando a Rosa Torán, presidenta en funciones de la Amical de Mauthausen, se le ha visto el plumero en plena entrevista con Josep Cuní: entre rictus de contrariedad y rictus de contrariedad se ha vislumbrado por un momento el infiernillo de egos con afán de protagonismo que se agita cual dimoniet pizpireto entre los buenos propósitos de la organización (y del que Enric Marco no es más que el indicio visible, culpable desde luego por haber puesto en entredicho la credibilidad de las víctimas: suficiente tenemos con que todavía haya historiadores que niegan la existencia del Holocausto). La frase reveladora la ha pronunciado Rosa Torán al contestar una pregunta de Cuní sobre Neus Català, quien el día antes afirmara en el mismo programa que la Amical la había hecho a un lado. El patente disgusto de la vicepresidenta respecto a la figura de Català no le ha impedido declarar que “Neus Català és una de les persones que més atenció ha rebut de l’Amical, perquè ella tot s’ho mereix”. De hecho, apuesto a que ha sido su propio disgusto con Català el que ha obligado a Torán a decir eso: ¿cómo puede estar nadie en desacuerdo con una víctima del Holocausto? ¿Cómo puede nadie reprocharle lo que haga? ¿Cómo no va a ser una gran persona un superviviente del exterminio nazi? ¿Cómo no va a ser la Amical una armónica convergencia de espíritus solidarios e incontaminados? Confundimos la dignidad con la virtud, y no nos damos cuenta de que el respeto que se basa en la perfecta bondad de lo respetado es un tic de frialdad que puede conducirnos a paranoias de limpieza como la que protagonizó Alemania. Por eso la vicepresidenta de la Amical se ha apresurado a tapar las vergüenzas de la organización, no fuera caso que la humanidad al desnudo de sus integrantes los hiciera menos merecedores de justicia. Se equivoca la señora Torán: es la imperfección humana la que merece respeto; porque como explica Kundera --otra vez La despedida--, el único amor que puede redimirnos es aquel que asume caritativamente el desastre que no podemos dejar de ser.

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