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aunqueseaceniza

en las grietas

Los de mi estirpe

Los de mi estirpe Oh dioses, que los cielos se abran sobre mi cabeza y toquen las fanfarrias y de entre las nubes baje una voz que diga "esta es mi hija muy querida y sobre ella derramo todas mis bendiciones"; nada más que porque ayer, al llegar a la facultad, junto a la puerta de Filología Hispánica, alguien había colgado un DIN-A4 más o menos violáceo con un poema lorquiano y el siguiente encabezamiento en letras mayúsculas: "PARA ANA". Tan solo ver semejante prueba de desesperación amorosa adherida a las venerables piedras del lugar donde trabajo --y habiendo estado el día anterior (mira qué casualidad: la vida siempre me hace estas cosas) revisando una de aquellas cartas en las que acostumbraba a practicar el suicidio moral con maestría implacable--, nada más verlo, digo, se me puso una pequeña lucecita en los labios que fue iluminándome el camino hasta el despacho: ¡pero si resulta que existe más gente arrebatada por las mismas locuras a las que yo me entrego! Ah, pero además el tipo --o la tipa: justo ahora se me ocurre que también podía ser una enamorada-- había trabajado a lo grande. Nada de un poemita a la puerta de la facultad; no, no: subía una las escaleras al primer piso, y encontraba otro Lorca; iba una a la biblioteca de Hispánicas y se encontraba un Salinas... Ante tal floración de poesía amorosa en las paredes de la Universidad, ¿cómo no iba a sentirme crecientemente afirmada, corroborada, legitimada?

Yo estaré loca, quién va a negarlo ya a estas alturas. ¡Pero no sola!

Lo que el agua dice

Lo que el agua dice Bubión es un pueblo de la Alpujarra colgado a 1300 metros sobre el resto de la existencia. El cielo allí está en permanente estado de evaporación, y a lo lejos todo se ve tras un cendal que desdibuja el mundo. Quizá es por ese motivo, porque se halla ajena a todo lo que no es su propia vida, porque permanece ensimismada en el empinado laberinto cubista de sus calles, que la realidad en Bubión se basta y se sobra para llenar los días. Y sí: yo podría quedarme en ese pueblo la vida entera contemplando cómo florece el color en los pétalos de un geranio. Mi hermana dice que el problema en un lugar así es qué hacer si te da un infarto; pero yo digo que en Bubión eso es sencillamente imposible (puede uno morir de un testarazo al resbalar con el pavimento; pero de infarto, fijo que no).
El agua de la sierra mana a la vuelta de todas las esquinas, y por la noche, cuando ya no se oyen los pájaros ni la gente se detiene a hablar bajo los balcones, si uno cierra los ojos y pone atención, puede escuchar el borboteo de las fuentes. Es así, a ciegas y con los oídos anegados en rumores, como se aparece la imagen de un pueblo secreto y hondo: el de ese tiempo que se desliza sonámbulo por los arroyos, flotando sobre un oscuro, líquido sueño.