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Privilegio del melancólico

Privilegio del melancólico

Montserrat Gudiol

Rosalía lo dice: sorprendentemente, y al cabo de todo lo vivido y lo olvidado, la negra sombra siempre aparece. No hay cúmulo de experiencias que la destierre: después de todos los júbilos y los trabajos y las serenidades y los días, después de la comida sobre la hierba y de las acrobacias del tiempo, cuando trae una todas esas cosas prendidas a los ojos (el horizonte más ancho, la carrera bajo la lluvia y jugar con la Dickinson), cuando anda una enfrascada en la alegría de los collages y del perdón de los pecados, así en pleno nacimiento, llega una noche en los tejados de La Rambla y lo que falta se abre silenciosamente en medio de la conversación y me acalla y me va tiñendo de agrura. Maldición antigua, siempre me alcanza lo que no tengo. Un duelo más viejo y más hondo que los días tiene raíz en alguna tierra oscura de este cuerpo, fértil para las flores agrias. No importa cuánta vida nueva se les eche encima, no importa cuánto se haya caminado desde el jardín sombrío hasta la luz de las posibilidades, no importa que una haya creído arrancarlas: siempre acaban renaciendo para aromarlo todo de ausencia. Y no, aunque se esfuerce la Esfinge, no me podrán quitar el dolorido sentir.

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