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Vino y res publica

Vino y res publica

Le decía este mediodía a mi hermana que los españoles estamos demostrando ser más postmodernos que los franceses: ellos se manifiestan para que el sistema sea racional; nosotros actuamos simplemente al margen del sistema.  Si la empresa te acogota, ocupa la plaza pública y entrégate al furor báquico (creo que Bajtin estaría orgulloso de nosotros).

Y no; no voy a hacer como The Times (que presenta ambas noticias, la de las manifestaciones francesas y la de los macrobotellones españoles una junto a la otra en su edición en papel) y aludir a la frasecita franquista que después se ha convertido en azote crítico de la caspa española.  Porque ¿saben ustedes?  Me parece muy bien.  Todo lo que sobrepase con semejante desparpajo las políticas hiperordenadoras de este señor me parece fantástico (y puestos a evitar los obstáculos policiales, ¿por qué no hacerlo en el recinto del Fórum?: ah, señores, eso sería de una justicia poético irónica insuperable, y además los vecinos no tendrían motivo de queja). 

Soy enemiga de encuentros masivos (la Mercè, Navidad y Sant Jordi me desquician), y en cuanto al alcohol, digamos que a la segunda copa de vino ya estoy chisposita.  Pero es que estaba pensando este mediodía que hace dos años, para celebrar mi cumple, Julia, Will y yo fuimos a un súper, compramos una botella de Penedès, nos sentamos en las escaleras de la iglesia que hay en la plaza de la Virreina y nos repartimos el vinito tan felizmente.  Y he pensado que ese momento de dicha elemental ahora me costaría una multa.  Y que comienzo a estar hasta los güevs de tanta tontería (otra vez poniéndome parriana).  Así que me encanta el gesto tocanarices de esta desordenada, gamberroide e inmotivada ocupación del espacio público.

Un día de estos me planto ante dos mossos con una botella de vino llena de agua, por aquello de joder (o si no: todos a la Rambla del Raval con una botella de Viladrau, ¡juas juas!). 

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