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Resumiendo

Resumiendo Edvard Munch, El grito (1893), Nasjionalgalleriet, Oslo

Vaya semanita... Comenzando por el descubrimiento del zapping como herramienta del contradiscurso (pues en una noche de aburrimiento ante el televisor acabo topándome con esa última escena de Ciudadano Kane que invalida la consistencia del sistema histórico, y por tanto, de uno de los pilares metodológicos de mi tesis doctoral) y acabando por la disolución de cualquier clase de actividad cerebral entre las miasmas de un catarro arrasador, estos siete días han estado de lo más completito: el repaso al tomo IV de la OC de Azorín suspendido ante la inminencia de las clases que tendré que dar sobre Galdós (y de compañera a la fascinante Tristana, pobre criatura narrativa que intenta escribirse a sí misma y acaba siempre escrita por otros); la estupefacción ante los ecos que desde Israel llegan sobre esa sórdida obscenidad llamada "Días de penitencia", y el recuerdo de Georges Steiner reafirmando en una entrevista con Antoine Spire su antigua profecía de que para sobrevivir "este Estado de Israel va a torturar a otros seres humanos"; el Departamento que echa chispas mientras la Universidad sigue gastando en imagen institucional (cuánto mejor no es organizar un brunch en que las mesas no permiten el paso de los estudiantes de un lado a otro de la Facultad en lugar de gastar sueldos contratando profesores para cubrir bajas); dos amigos a la greña por estar cada uno enrocado en su actitud de Moisés con las tablas de la Ley (que nunca habían sido tan de Dios, si bien ninguno de los dos es católico), y yo en medio cual inservible metepatas a la búsqueda de la fábula que los confabule (pequeña ilusa, o niña que en vientos grises, vientos verdes esperó, aunque quizá un fragmento de La despedida podría arrojar mucha luz al caso); otro tipo con permiso penitenciario que presuntamente —ay, esta palabra en la que nadie cree— aprovecha el permiso para desmentir el diagnóstico de sus confiados (o estresados, o asqueados, o desidiosos, o perplejos: véase Horas de luz para tener una idea de todas las posibilidades) psicólogos; la RENFE de huelga durante el Pilar y el viaje a Avignon sustituido por una escapadita a Figueres; una reunión en el Departamento donde se podía cortar el aire con un cuchillo mientras mis últimas neuronas sanas se sumían en un sopor alucinatorio intermitentemente sacudido por estornudos de grado 6 en la escala de Richter; Bush y Kerry, Bush o Kerry, Bush contra Kerry, Bush con Kerry (plato del día), y el fundamentalismo islámico buscándole argumentos a Sharon en Egipto, como si el Primer Ministro de la Tierra Prometida no se bastase y se sobrase para justificar su furor nihilista; desalentadora comedura de coco al constatar que por falta de interlocutor concreto mis palabras no poseen ya aquel nervio que antes las hacía culebrear (ya está aquí esa idea de que desde entonces el mundo perdió algo de brillo); y qué coño hago yo lamentándome de que tengo que renunciar a nuevos espejismos amorosos cuando otro hombre ha sido degollado (la Naturaleza no debiera permitir semejante promiscuidad de sucesos en un mismo mundo o en un mismo rostro; pero el hecho es que la frase del cuento de Zakariya Tamer le va que ni pintada a este pandemonium: Padre, se te mezclan las lágrimas con los mocos). Va ser mejor cerrar la luz, irse a dormir, suspender la excursión a Figueres por fiebre súbita, entregarse dulcemente a una noche de dolor de cabeza, malas posturas y congestión nasal.

No, si va a tener razón Lyotard: sobrevenido el Apocalipsis, cada una de nuestras conciencias está ya instalada en el Infierno (en el hilarante, por supuesto, a ver si nos vamos a creer que el periplo del hombre occidental alcanza siquiera la altura de la tragedia).

Un poquito de Bebo, es lo que me voy a poner. Cada uno a sus venenos.

Más horas de luz

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