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aunqueseaceniza

Todos putas

Todos putas

Hace frío a las ocho menos cuarto de la mañana, en la A-7. La luna está enorme, entera. Saliendo de Barcelona, tengo una tranquila (y eso la hace más hiriente) sensación de intemperie. Quiero decir, de desamparo: todos esos coches que ocupan el carril de entrada a la ciudad, durante kilómetros. Todos los que todavía a oscuras y con sueño, solos con su cansancio y el anodino delirio del tráfico, van a  poner en funcionamiento el correspondiente engranaje. Todo esto chupa una ciudad como Barcelona: tanta vida en venta. Recuerdo a Marguerite Duras, aquellas páginas al final de Escribir: basta una lista con los nombres de todos los que durante veinte años han trabajado en una fábrica para entender las dimensiones del dolor y --quizá, si fuera posible, y con extrañeza-- la alegría. Recuerdo también a Léon Bloy: "Entonces pensaréis en el cementerio, situado en el otro extremo de la hermosa avenida de cipreses que parte de esta loquera". Y aquella ternura cegadora y ridícula con que lo decía Fernando Arrabal.

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