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París, II

París, II

Los nublados de París desde los puentes sobre el Sena, o cómo el crepúsculo no es inocente. Walter Benjamin decía que lo de Haussmann fue talento escénico, y uno piensa que debe de ser cierto cuando ve el Panteón (tachán tachán) alzarse al fondo de la calle Soufflot como si bajando por Boulevard Saint-Michel alguien corriese a mano derecha el telón que (des)cubre la maravilla civilizatoria. Después la tradición escenográfica tuvo otros grandes hallazgos, qué duda cabe: véase la torre desde el Palais de Chaillot, y ese arco tan rentable, de lejos o de cerca, que enmarca los Campos de Marte como si uno pudiera entrar en el mito por la puerta grande de la ingeniería (de la industria al cielo). Pero si hay algo que extasía verdaderamente los sentidos, y los engaña y los encanta y los envuelve en la belleza de un trompe l'oeil maestro, son los cielos de París cuando se nublan.  Pensar en la maravilla natural es inmediato al contemplar esa seda grisácea que tamiza la luz y la traduce en todos los matices de un silencioso encono atmosférico. No obstante, uno se percata de su candor al divisarla desde el Pont Royal en dirección a Ile Saint-Louis y ver cómo ese tejido de agua y luminosidad pasa de la tersura brillante al revuelo nuboso para arrebatarse en tragedia oscura allí donde la mirada coincide con el punto de fuga del río. ¿Tengo que añadir que una de las transformaciones más radicales de Haussman supuso despejar la vista arrasando con el barrio medieval que se levantaba sobre Ile de la Cité?

1 comentario

jgobrero -

Si Vila Matas levantase la cabeza y leyese este post...¡Qué maravilla escribir así! Quiero ir a París ahora mismo.