Blogia
aunqueseaceniza

Tiresias en una cafetería

Tiresias en una cafetería

Mikhail Vrubel, Ángel con vela e incensiario, 1887. Museo de Arte Ruso (Kiev, Ucrania), detalle.

Cuando I. me relata los delirios en que se encuentra sumergida su cabeza, yo escucho detenidamente y asiento; hasta que ella pone a prueba su propia historia de iluminada mirándome fijo a los ojos y preguntando:

--Pero Gemma, ¿tú crees en lo que te digo?

Yo busco una salida para no tener que contestarle con la verdad; en parte porque eso le da confianza para seguir contándome y a mí me proporciona por tanto la posibilidad de saber hasta qué punto se ha estabilizado la crisis o no, y en parte porque siento que es una crueldad deshacer sus ilusiones.  Entonces digo, consciente de que la pregunta ahonda en alguna zona hasta entonces intocada por nadie más, y sin embargo fundamental en mí:

--I., tú sabes que no soy creyente.  Además yo creo que las cosas..., no sé cómo decirte..., las cosas realmente buenas, los milagros, el bien, aquello, lo que quiera que sea, que hace luminosa la vida, es frágil y escaso y pequeño, y que siempre está asediado por... todo lo demás.

--Bueno --insiste--; pero si yo, yo, te cuento que he sido elegida, ¿tú me crees?

Como no me queda más remedio que decirlo, contesto:

--I., tú eres mi amiga; yo te quiero mucho, y me da mucha pena tener que decírtelo, pero no, no puedo creerlo.

Entonces I. me mira con sagacidad, sonríe, y me responde:

--Ya; pero a ti te gusta escuchar estas historias.

Y en ese momento me doy cuenta de que desde su ceguera mental, I. ha intuido bien, ha tenido la puntería suficiente como para dar en la herida correcta: la miro con melancolía, y pienso en mi escepticismo resignado, en mi propia necesidad de milagros, en la profunda nostalgia que me produce el hecho de que sean imposibles, o como mucho, escasos y frágiles y asediados.

0 comentarios