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Dice la Pizarnik en La tierra más ajena que no quiere "traer sin caos / portátiles vocablos", por aquello de que es inútil hablar si no se vienen de la oscuridad a la boca palabras grávidas que provoquen un terremotillo en el mundo. Pues bien, aquí les traigo una vieja palabra —dizque caduca— que sale de la noche del tiempo cargada con los padeceres, los sudores, los orgullos y los días de los que trabajan: plusvalía.

PLUSVALÍA

¡¡¡UUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUH!!!

PLUSVALÍA
PLUSVALÍA
PLUSVALÍA

¿Se imaginan? Acudir a una cumbre de Davos, entrar en la sala de conferencias, subir al estrado, llegarse hasta el atril, inclinar ligeramente el micrófono hacia el propio rostro y pronunciar, regodeándose en la carne de cada sílaba: plusvalííííía. ¡Oh qué gozo, oh qué alborozo! ¡Qué alboroto escandaloso! ¡Plusvalía, plusvalía! ¡El auditorio en estampía! Y al despertar por la mañana: plusvalía. Y al cruzarse con vecinos: plusvalía. Y al entrarle al panadero: plusvalía. Qué buenas noches ni salud ni buenos días: ¡plusvalía, plusvalía! Díganlo con desparpajo en la oficina, en el pediatra y en el aula: plusvalía. Ni solidaridad ni bienestar sostenible ni emprendimiento ni excelencia ni qué niño muerto: plusvalía, coño, plusvalía. (Por cierto y al paso: debo decir que coño también es una hermosa palabra que les va a alegrar el día. Prueben a subir Rambla de Cataluña pensando en coño y plusvalía: se les va a aflojar la risa sin poderlo remediar.)

1 comentario

oscar -

te veo plus ultra valiosa, 'oño!