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Mi lugar ausente

Mi lugar ausente Gurb tiene un meñique con lunar que se levanta por elegante cuenta propia al tomar el café con leche por las mañanas o durante las visitas al dentista. (En los desayunos Gurb defiende su mutismo con firmeza de animal recién despertado, y mientras enguye su pan con mantequilla puede sentir invadido su espacio vital por la energía excesiva de mi verborrea o el embobamiento feliz con que me sorprendo de su existencia.) Gurb tiene un arte especial de la prisa (es una histérica del tiempo a su tiempo) y puede desatarse en ella la santa ira cuando se juntan hasta tres personas en el lavabo. A Gurb le encantan las camisetas de Paramita, las películas de Billy Wilder y las novelas de Pérez Galdós (lo cual demuestra el error de Cortázar, pues Gurb lo mismo se pirra por el garbancero que por Roberto Bolaño). Antes Gurb tenía un trabajo aburridísimo que la sacaba de quicio; ahora tiene uno nuevo en el que sortea los asedios de la locura laboral con pequeñas fintas estratégicas. Hay un hombre que dice que Gurb es la mujer más dulce que pisa la Tierra; pero lo cierto es que Gurb no le hace mucho caso: ella prefiere aprender a bailar samba y hablar cuatro idiomas y medio (una de las amigas de Gurb habla incombustiblemente por los codos, lo cual debe de ser extenuante a la vez que prueba de alguna extraña suerte de abundancia del corazón).

Gurb puede ser como una candelita o como una respiración compañera en la noche.

Gurb es sin lugar a dudas el mejor sitio de estar.

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