Viva de noche
Entonces el convoy sale al exterior y además va sin carcasa y sin vía por un camino que transita entre algo así como un bosque gallego o un pedazo de Iguaçú. Voy sobre el morro del tren, apenas una plataforma que se desliza sobre la tierra. Me sorprende que el tren pueda descender por un declive y, lo que es más, por un tramo de escaleras antes de entrar en la estación, donde unos postes sostienen una cubierta de uralita sobre el andén.
Salgo al camino. Me acompaña gente. Creo que está MC, creo que S. También inverosímilmente, buscamos un restaurante. El camino es de arcilla gris oscuro, como de barro gomoso y compacto. A los pocos segundos nos sale un lobo al paso. Gris oscuro, también, con el pelaje brillante y los ojos negros. Ensayo unos aullidos, y el lobo me mira condescendiente. Seguimos en busca del restaurante, que contra todo pronóstico aparece. Nos sentamos a una mesita precaria con un mantel a cuadros blancos y rojos. Al segundo siguiente, la mesa se ha hecho larga y las sillas menos frágiles. A mi lado hay un viejo, machihembrado de sargento Romerales y de un alumno del año pasado, arquitecto. Tiene el pelo abundante y cobre. Dice: ustedes coman, que yo estoy ahí dentro bebiendo y bebiendo y bebiendo. Añade algo sobre tener a alguien en el corazón que alude a mí, pero ahora no recuerdo exactamente qué.
(Qué época esta, en la que una sobrevive de día y vive por la noche.)
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